La arquitectura jurídica, soportada en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV, 2009) y en la artillería legal que se ha desprendido de ella, incluyendo la Ley Orgánica de Educación (LOE, 2009), colocan a todos los actores del Sistema Educativo frente al reto de que los esfuerzos dirigidos a la consecución de los objetivos históricos del Plan de la Patria y a la realización de los propósitos supremos de la Revolución Bolivariana, determinados por el fortalecimiento creciente del protagonismo de las mayorías en la conducción sustancial de la sociedad, deben estar caracterizados por una perspectiva innovadora en la organización, supervisión, dirección y formación.
En el ámbito específico de la formación, desde la década de los ochenta del siglo pasado, se ha venido postulando el perfil de un docente que cumpla los roles de planificador, investigador, facilitador, orientador y promotor comunitario, pese a los esfuerzos por introducir nuevos conceptos a través de los programas de profesionalización, actualización, mejoramiento y perfeccionamiento que se han diseñado desde esa época, aún persisten prácticas y modos de funcionamiento heredados de la cultura pedagógica, sustentadas en la reproducción mecanicista de contenidos que no siempre se encuentran en consonancia con el perfil ideado. Esto explica, que si bien el soporte conceptual y la claridad de los propósitos son fundamentales a la hora de desplegar planes de formación en el sistema educativo venezolano, nunca son suficientes si su método de implementación no supera dinámicas reproductivas de carácter transmisivo, basadas en la exclusividad de figuras como la de los multiplicadores y en principios como el del efecto cascada.
Por ello, la decisión de trascender en la tarea de formación, ubicándola a la altura del talante democrático de la revolución bolivariana, implica la superación de los métodos que han contribuido a mantener las incongruencias entre la teoría para el perfil deseado y la construcción de criterios para la actuación operativa.
En estos términos, el fortalecimiento del magisterio venezolano comienza por articular permanentemente el quehacer cotidiano con los objetivos de transformación estructural, a partir de la vinculación del conocimiento sobre lo que se hace con el conocimiento sobre lo que se debe hacer, para conquistar las aproximaciones que nos hemos prometido para el disfrute del buen vivir. Por esto, el perfil pertinente, contextualizado y congruente, vendrá apareciendo en la medida en que se aplique una relación dialécticamente interpeladora y enriquecedora entre la investigación y la formación, que transforme la vida escolar con sus múltiples actores, además, que genere las comprensiones y las precisiones necesarias para la optimización del desempeño, desde procesos de investigación sobre la acción, que en experiencias sistemáticas de acción – reflexión – acción – reflexión fortalezcan el saber y la conciencia de un sujeto con carácter incluyente y democrático, para que así realice su labor pedagógica a partir de su reconocimiento como intelectual colectivo.
Sin embargo, las condiciones metodológicas por sí solas no aseguran el desarrollo del intelectual colectivo, es necesario que el blindaje y el fortalecimiento de la nueva cultura pedagógica cuente con las garantías de continuidad, ofrecidas por una articulación que nutra los vínculos dentro de la organización. A su vez, estos vínculos tendrán direccionalidad estratégica, asumiendo lo organizativo como fenómeno vivo que se configura en el marco de las necesidades de investigación y formación.
Se trata entonces de un sistema que, partiendo del análisis de la práctica desde un enfoque que articule la formación con la investigación, asuma la dinámica organizativa, privilegiando formas de encuentro e intercambio en redes de producción colectiva de conocimientos, destinadas a contribuir con la comprensión crítica y creadora de la vida escolar y con la toma de decisiones para la operativización programática de los acuerdos pedagógicos.
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